Este día, en 1631, Calasanz envió a ocho religiosos escolapios a una tierra de misión, a Moravia. Este fecha nos sirve como referencia las misiones escolapias de hoy.
Quien tenga un conocimiento somero de la historia de las Escuelas Pías, puede pensar que la “vocación misionera” de la Orden se despertó a mediados del siglo XX, con las fundaciones en Japón y en Senegal, “tierras de misión”. Nada más lejos de la realidad. Las Escuelas Pías son misioneras desde el tiempo y por voluntad de Calasanz. Trasladémonos a aquella época. El Papa Gregorio XV fundó en 1622 la Congregación de Propaganda Fide con la misión de difundir el catolicismo y la regulación de los asuntos eclesiásticos en los países no católicos. El primer mártir misionero fue San Fidel de Sigmaringa, asesinado en el cantón de los Grisones, Suiza, ese mismo año 1622, por predicar la fe católica. A petición del Cardenal Francisco Dietrichstein, Calasanz envió un grupo de misioneros a Nikolsburg en 1631. Y en una carta del Cardenal a Calasanz, fechada el 3 de marzo de 1633, le explica el porqué de la importancia de la presencia escolapia en su ciudad: porque cuando se convierten los adultos a la fe católica, a veces la abandonan, por no tenerla bien arraigada, mientras que “los que desde los tiernos años son regados con el rocío de la religión verdadera, cuando sean adultos serán como robles añosos, inmóviles ante las sacudidas de cualquier tormenta de ataques diabólicos”. Los escolapios inventaron un nuevo tipo de misión, totalmente novedoso en la historia de la Iglesia: la evangelización ad gentes por medio de la escuela. Dietrichstein quería a los escolapios en sus territorios para convertir herejes, y la misma razón tenía el conde De Magnis cuando los invitó a Straznice, o la condesa Pallfy cuando los llevó a Prievidza. Al llegar los escolapios a esta ciudad, hoy eslovaca, había muy pocos católicos; 23 años después no quedaba ningún protestante: todos se habían convertido al catolicismo por acción de los escolapios. Cuando el Coronel Collalto llevó “manu militare” a los escolapios a Brezno (hoy Eslovaquia), no había un solo católico en la ciudad, y los llevó precisamente para que se dedicaran a convertir al catolicismo a la población, sirviéndose, entre otros medios, de la escuela. Y allí trabajaron y sufrieron los nuestros, no poco. Pero en Germania (hoy República Checa) los escolapios no se dedicaban solamente a la escuela: había algunos especialmente dotados y vocacionados que dedicaban prácticamente todo su tiempo a la misión: los invitaban los párrocos de los pueblos, y a base de charlas y confesiones, lograban muchas conversiones de adultos. Cada año enviaban informes a Propaganda Fide sobre el número de conversos: a veces cientos, a veces miles. Cuando el rey de Polonia invitó a los escolapios por primera vez, en 1640, no fue para que abrieran un colegio en Varsovia (como hicieron luego), sino para que fueran a una región del noroeste, Pomerania, que acababa de heredar, y que era luterana, para que allí trabajaran en la conversión de los herejes. Y hacia allí partió el P. Casani, pero a causa del clima, o de la lengua, o de la enfermedad… falló en su misión, la única vez de su vida, y regresó a Straznice. En 1642, empujados por la Guerra de los 30 años, los escolapios fueron a refugiarse a Polonia, y en esta ocasión el rey sí les ofreció el colegio en la capital, pero al mismo tiempo el Príncipe Lubomirski les ofreció por su cuenta otra fundación: Podolinec, en el condado de Szepes, que pertenecía a Hungría (hoy Eslovaquia) pero que era administrado temporalmente por Polonia. Y los envió allí para convertir a los herejes del condado, que eran mayoría. Y allí por poco no tuvimos en nuestro misionero P. Francisco Hanak nuestro propio mártir, en el incidente de Olas. Cuando llegaron los momentos difíciles para las Escuelas Pías, en tiempos de Pietrasanta y Cherubini, y el Papa Inocencio X decidió reducir las Escuelas Pías, le llegaron múltiples cartas del Rey Ladislao, del Emperador de Austria, de la nobleza y del episcopado de aquellas tierras, y de la misma Propaganda Fide, a favor de los Escolapios, y pedían por ellos no porque los niños se iban a quedar sin escuela, sino porque se iba a interrumpir la tarea misionera de conversión de herejes, con gran alegría de los enemigos de la verdadera fe. Todo esto nos puede sonar un poco extraño hoy, pero para entenderlo en su propio sentido, nos tenemos que trasladar al tiempo de Calasanz. Recordemos que al final de la corona de las Doce Estrellas él pedía una salve “por la conversión de los herejes”. El concepto de misión ha evolucionado muchísimo hasta nuestros días: hoy rezamos esa salve “por la evangelización de los pueblos”. Hoy la misión es una cuestión de presencia y testimonio, más que de conversiones. Y la palabra “herejes” la hemos cambiado por la de “hermanos separados”. Poco a poco Europa Central fue encontrando su equilibrio religioso después de las guerras de religión, y la actividad de los escolapios se fue centrando en lo puramente escolar. Pero nuestras escuelas siempre estuvieron abiertas a todas las confesiones: cuando en 1904 el P. General Mistrángelo y el P. Tomás Viñas van a visitar el colegio de Praga, se dan cuenta de que la mayoría de los alumnos son judíos. El sueño misionero va evolucionando, sin que muera del todo. Algunos escolapios más recientes son misioneros en el sentido moderno: el P. Federico Cao, de Cerdeña, fue nombrado Vicario Apostólico de una región de la actual Myanmar en 1830, enviado como misionero por Propaganda Fide. El P. Pompilio Vasca fue un misionero de deseo: escribió desde Campi Salentina varias cartas al P. General Mistrángelo entre 1901 y 1906 rogándole que lo enviara como misionero a África. Hoy día la Orden ha redescubierto su carácter misionero (propio no solo de toda institución religiosa, sino de todo seguidor de Jesús), y trata de vivirlo según el espíritu de nuestro tiempo. Pero no estamos viviendo nada nuevo: estamos simplemente recuperando la intuición de las primeras generaciones de escolapios, y adaptándola al día de hoy y de mañana.
P. José Pascual Burgués, Historiador de la Orden.