He querido reflexionar sobre este importante tema porque estoy convencido de que estamos ante uno de los retos más fuertes que tenemos planteados en nuestra vida y misión escolapias, y creo que también en el conjunto de la Iglesia.
Quisiera basar mi reflexión en las palabras de Jesús en el evangelio de Juan (capítulo 17), que están escritas a modo de oración. Jesús reza por sus discípulos. Reza por nosotros. Es un texto extraordinario, que se refiere a una actitud esencial de los discípulos. Jesús dice que «ellos están en el mundo, pero no son del mundo”, y no le pide al Padre “que los retire del mundo, sino que los proteja del maligno”, porque “ellos no son del mundo, como yo tampoco soy del mundo”. Y expresa de este modo la petición esencial: “santifícalos en la verdad”.
Hay una actitud central en el discipulado de Cristo, profundamente vinculada a nuestros desafíos como religiosos y, en general, como hijos de Calasanz: “Estamos en el mundo, pero no somos del mundo”. Vivimos y trabajamos en la sociedad, estamos desafiados por su transformación, luchamos por encarnarnos en ella de modo que podamos comprenderla y transformarla a través de nuestra vida y misión. Pero no podemos dejarnos impregnar por el espíritu del mundo. Una cosa es estar con los pies en la tierra, y otra muy diferente dejarnos inspirar por aquellos valores que debemos combatir. Por eso “no nos retiramos del mundo, sino que nos defendemos del Maligno”, de todo aquello que nos aleja de la posibilidad de ofrecer al mundo una alternativa diferente de vida, y nos diluye en medio de la “normalidad asumida y aceptada por todos”. Y la clave está en le oración final: que el Padre nos santifique en la verdad.
1-El reto de la mundanidad. La mundanidad es una de las más fuertes tentaciones de la Vida Consagrada. Y una de las más peligrosas, porque elimina toda posibilidad de significatividad y de profecía. Elimina cualquier posibilidad, por lo tanto, de carisma calasancio. Elimina cualquier opción de educar a los niños y jóvenes en una vida alternativa a la que les es ofrecida por la sociedad.
No podemos negar que la tentación de la mundanidad está presente en nuestra vida real. Quisiera poner algunos ejemplos concretos, dando nombre a tentaciones que podemos vivir.
- El narcisismo que nos convierte en personas buscadoras de éxito o de aplauso en lugar de servidores desinteresados de la Buena Noticia y de los pequeños.
- La doble vida, que nos hace hablar de grandes propuestas sin dejarnos impregnar por ellas.
- La superficialidad espiritual, que nos impide ser personas de oración y nos convierte en cumplidores de horarios.
- La búsqueda de honores, responsabilidades o cargos, que nos acerca a la tentación de los hijos de Zebedeo expresada por su madre en su pregunta a Jesús.
- El olvido de las prioridades calasancias, que se expresa de múltiples maneras en la vida concreta de las personas o de las comunidades. Sin ir más lejos, por ejemplo, en la comodidad de vida, sustitutiva de la entrega y donación.
- El clericalismo, la peor de las tentaciones mundanas, basada en creernos mejores y diferentes de los demás, dueños de un estatus que nos atrapa y busca que lo defendamos.
- El conformismo, que condiciona nuestra capacidad de exigencia y convierte en normal lo que no debiera serlo.
- La excesiva búsqueda de seguridad, que nos impulsa a pensar demasiado en nosotros mismos o en nuestra institución.
- La pobreza de discernimiento, que nos hace tomar decisiones desde opciones no centradas en el Evangelio o en la fidelidad carismática.
- La “flojera” de vida, que nos hace bajar el nivel de nuestra exigencia y nos condiciona en el camino de conversión.
- El individualismo, que nos impide el trabajo en común y nos hace parecernos a la inmensa mayoría de las personas que buscan lo que les conviene.
- El equívoco y en ocasiones mal entendido concepto de autorrealización, tan extendido socialmente, y que tiene el riesgo de que pensemos esencialmente en nosotros y no en lo que los demás necesitan de nosotros.
- La falta de conciencia económica, que nos hace sentirnos dueños del dinero y que, en ocasiones, lleva a algunos a apropiarse de él de una manera que constituye un escándalo para los pequeños.
- El afán de tener las mejores cosas, a veces desde el argumento de que las necesitamos para nuestra misión.
- La ceguera vital que nos impide darnos cuenta de las tentaciones que tenemos.
- La falta de transparencia de vida, que impide a nuestros hermanos y a las personas a las que nos dedicamos que nos puedan conocer.
Hace ya años que se celebró en la Iglesia el Congreso Mundial de la Vida Consagrada, bajo el título “Pasión por Cristo, Pasión por la Humanidad”. Muchos recordaréis la intervención de Dolores Alexiandre[1], inspirada en el pasaje del encuentro de Jesús con la samaritana. Creo que repasar sus ideas, que por otra parte son bien conocidas, nos puede ayudar. Hace alusión a los “maridos” de la Vida Consagrada, y dice así: “el marido de la necedad desinformada y conformista que nos hace pensar que las cosas van a ser siempre así / el marido neoliberal y consumista que nos arrastra hacia un peligroso “ser como todo el mundo”, camuflado de la virtud de la prudencia / el marido individualista que nos impide el roce profundo con los otros / el marido secularista, que nos aleja del pozo auténtico / el marido espiritualista que nos empuja a seguir levantando santuarios y escapar a nuevas sacralizaciones / el marido idolátrico, que nos propone otros diosecillos / el marido de los “mil quehaceres” que nos hace depender sólo del trabajo / el marido de la vida fácil y poco apasionada, que nos hace ser del montón y vivir sin entrega / el marido de la falta de “celo apostólico”, de pasión por la misión / el marido del cotilleo de la superficialidad, de la pérdida de tiempo en lo que no importa, de la falta de visión / el marido de las formas clericales y lejanas, de la autocomplacencia, del “yo sé cómo hay que hacer las cosas” / el marido de la falta de “utopía real”. Pero, sobre todo: trabajad con paciencia el proceso de ruptura con esos maridos y de encuentro con el auténtico, con Jesús. Dadle tiempo, pero manteneos en ese proceso. No tengáis miedo a dar nombre a la sed que os habita”.
2-La significatividad de la Vida Consagrada. El sentido profundo de la Vida Consagrada es ser signo creíble del Reino de Dios. Esa es la significatividad que debemos buscar. Ninguna otra. Creo que necesitamos entrar a fondo en este desafío, porque necesitamos estar en el mundo sin ser del mundo. La pregunta es clara: ¿Cómo nosotros, hijos de Calasanz, debemos ser en el mundo, hacia el mundo y para el mundo, sin ser del mundo?
Esta gran pregunta quedó formulada formidablemente por el Papa San Pablo VI: “¿Cómo hacer para que penetre el mensaje evangélico en el mundo? ¿Cómo actuar en los niveles en los que se elabora una nueva cultura? Queridos religiosos y religiosas, a través de los llamados que Dios hace a vuestras familias carismáticas, es necesario que tengáis vuestros ojos muy abiertos a las necesidades de los hombres, a sus problemas y búsquedas, dando testimonio en medio de ellos, a través de la oración y la acción, de la fuerza de la Buena Nueva de amor, de justicia y de paz… Esta misión, que es común a todo el Pueblo de Dios, es vuestra de una manera especial”[2]. A mi juicio esta es una de las mejores descripciones que he tenemos del desafío de la significatividad, y además formulada como una pregunta abierta.
Estoy convencido de que sólo podremos responder de modo adecuado si fijamos nuestra mirada en las claves centrales de nuestra vocación, porque la significatividad es exigencia y fruto de nuestra identidad. Pero si la sal se vuelve sosa, no sirve para nada.
Estamos iniciando el proceso de preparación de nuestro 48º Capítulo General. Queremos inspirarlo en el Memorial al cardenal Tonti, del que celebraremos su 400º a aniversario precisamente en el año 2021. Es un texto profundamente inspirador para el momento que vivimos actualmente. En él, Calasanz describe lo esencial de nuestro ministerio y defiende el derecho de las Escuelas Pías a ser constituida como una Orden religiosa. Pero no se conforma con eso. Al final del texto expresa, con rotundidad, cómo tenemos que ser los escolapios. Todos conocéis el párrafo, y me habéis oído citarlo en diversas ocasiones. Pero creo que es oportuno transcribirlo de nuevo:
“Se deduce asimismo la necesidad de ampliarla (la Orden) y propagarla según las necesidades, deseos e instancias de tantos. Lo cual no puede hacerse sin muchos obreros, y no es posible conseguirlos si no tienen gran espíritu y no son llamados con vocación particular; ya que los llamados en general a abandonar el mundo, al no tener espíritu sino de incipientes, necesitan todavía destetarse de las comodidades del siglo y preferirán siempre, como lo muestra la experiencia, alguna Orden ya aprobada, en la que después del noviciado estén seguros de tener la vida asegurada y puedan llegar al sacerdocio, más que ingresar en una Congregación donde, en lugar de estas ventajas, se van a encontrar con otras dificultades que derivan de una vida mortificada por el trato obligado con muchachos, trabajosa por el continuo esfuerzo de su profesión y despreciable a los ojos de la carne, que considera la educación de los niños pobres[3]”.
Calasanz pide gran espíritu y vocación particular. Y establece un criterio de verificación objetivo y radical de ese gran espíritu: la entrega a los niños y jóvenes en la educación.
3-Santifícalos en la verdad. Creo que, para responder decisivamente al desafío de la superación de la tentación de la mundanidad, lo que debemos hacer es fortalecer todos los dinamismos que nos ayudan a centrarnos en lo esencial. Es bueno que cada uno de nosotros sepamos poner nombre a los que necesitamos activar con mayor claridad. Pongo un ejemplo muy sencillo.
En la mayor parte de los diálogos personales que tengo con los jóvenes escolapios siempre les pregunto por el desafío más importante que cada uno de ellos tiene de cara a su crecimiento personal en fidelidad. Todos responden siempre con rapidez y transparencia, y saben dar nombre a sus desafíos.
Creo que este es el camino que debemos seguir para avanzar en este reto tan importante. La oración de Jesús en el capítulo 17 de Juan nos deja claro el horizonte: la santidad. A veces nos cuesta hablar de esto, y no debemos dejar de hacerlo nunca. Sabemos que la santidad no está a nuestro alcance, porque es un don de Dios. Pero es la gran verdad de nuestra vida: debemos vivir tratando de ser santos. Y el camino para esa santidad es la verdad, la autenticidad, la fidelidad a la llamada recibida: “santifícalos en la verdad”.
Me alegré mucho del título que nuestro hermano Javier Alonso[4] puso a su libro sobre el ministerio escolapio: “Santidad para el cambio social”, recientemente publicado. Es muy difícil expresar de modo más breve y acertado lo que significa nuestra lucha por la superación de la mundanidad para poder cambiar el mundo.
Dios nos conceda el don de poder ser dignos de la oración de Jesús: “Padre, santifícalos en la verdad».
Recibid un abrazo fraterno.
Pedro Aguado Sch.P. Padre General
[1] Dolores ALEIXANDRE. Pasión por Cristo, Pasión por la Humanidad. Publicaciones Claretianas. Madrid 2005, pág. 107-141.
[2] San PABLO VI / “Evangelica testificactio” nº 52
[3] San José de CALASANZ. Memorial al Cardenal Tonti (1621). Opera Omnia, tomo IX, pág. 300-307.
[4] Javier ALONSO. “Santidad para el cambio social. El modelo educativo escolapio”. PPC Editorial. Madrid 2017.