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La humanidad está haciendo, gracias a Dios, un recorrido para reconocer los derechos de todas las personas, sin distinción… y, poco a poco, a veces con retrocesos, con frecuencia con injusticias terribles, vamos avanzando.

Mucho antes, en un pequeño pueblo de un país sencillo, en las afueras del pueblo nacía un niño que era el mismo Dios. Nos mostraba, sin palabras y con mucho amor, que toda persona es sagrada, hija del mismo Dios. Y que tenemos que actuar ante ella con la misma reverencia y dedicación que al Dios todopoderoso (que también es nuestro Padre y Madre).

Ahí tenemos la razõn de la dignidad de toda persona, la razón fundamental de sus derechos y el motor para ayudarnos a colaborar con todas las personas de buena voluntad para hacer real el mundo que Dios quiere para toda la humanidad.