Nuestra vida está llena de escaleras con ángeles, personas y situaciones que nos conectan con Dios.
Homilía de Benedicto XVI.
La fiesta de los tres Arcángeles que la sagrada Escritura menciona por su propio nombre: Miguel, Gabriel y Rafael. Esto nos trae a la mente que en la Iglesia antigua, ya en el Apocalipsis, a los obispos se les llamaba «ángeles» de su Iglesia, expresando así una íntima correspondencia entre el ministerio del obispo y la misión del ángel.
A partir de la tarea del ángel se puede comprender el servicio del obispo. Pero, ¿qué es un ángel? La sagrada Escritura y la tradición de la Iglesia nos hacen descubrir dos aspectos. Por una parte, el ángel es una criatura que está en la presencia de Dios, orientada con todo su ser hacia Dios. Los tres nombres de los Arcángeles acaban con la palabra «El», que significa «Dios». Dios está inscrito en sus nombres, en su naturaleza.
Su verdadera naturaleza es estar en él y para él. Precisamente así se explica también el segundo aspecto que caracteriza a los ángeles: son mensajeros de Dios. Llevan a Dios a los hombres, abren el cielo y así abren la tierra. Precisamente porque están en la presencia de Dios, pueden estar también muy cerca del hombre. En efecto, Dios es más íntimo a cada uno de nosotros de lo que somos nosotros mismos.
Los ángeles hablan al hombre de lo que constituye su verdadero ser, de lo que en su vida con mucha frecuencia está encubierto y sepultado. Lo invitan a volver a entrar en sí mismo, tocándolo de parte de Dios. En este sentido, también nosotros, los seres humanos, deberíamos convertirnos continuamente en ángeles los unos para los otros, ángeles que nos apartan de los caminos equivocados y nos orientan siempre de nuevo hacia Dios.