«Queridos hermanos y hermanas quisiera que en este mes oremos por los que huyen de su país. Al drama que viven las personas forzadas a abandonar su tierra huyendo de guerras o de la pobreza, se une muchas veces el sentimiento de desarraigo, de no saber a dónde se pertenece. Además, en algunos países de llegada, los migrantes son vistos con alarma, con miedo. Aparece entonces el fantasma de los muros: muros en la tierra que separan a las familias y muros en el corazón. Los cristianos no podemos compartir esta mentalidad. El que acoge a un migrante, acoge a Cristo. Debemos promover una cultura social y política que proteja los derechos y la dignidad del migrante. Y que los promueva en sus posibilidades de desarrollo. Y que los integre. A un migrante hay que acompañarlo, promoverlo e integrarlo. Oremos para que los migrantes que huyen de las guerras o del hambre, obligados a viajes llenos de peligro y violencia, encuentren aceptación y nuevas oportunidades en la vida.»
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