Un excelente artículo presentando la trayectoria de la Iglesia desde JuanXXII
Después de un resumen de esta trayectoria, que merece la pena leer íntegramente, señala algunos desafíos contemporáneos con visión de futuro que ahora recogemos brevemente:
- ganar credibilidad creciendo en transparencia y reponsabilidad.
- mantener la unidad interna frente a sensibilidades teológicas y pastorales muy diversas.
- seguir dando pasos en la participación del laicado.
- la aportación ética y de compromiso ante el cambio climático y la crisis ecológica, la digitalización, la automatización del trabajo, la inteligencia artificial y la creciente precarización laboral
- el diálogo interreligioso y la convivencia pacífica en un mundo plural
- la opción por los pobres
- la globalización de la indiferencia
- la necesidad de nuevas generaciones que asuman el liderazgo dentro de la Iglesia.
En conclusión, la Iglesia católica tiene ante sí una tarea monumental: hacer presente el amor de Dios a todos los seres humanos, con especial atención a quienes sufren la pobreza material y existencial. Para ello, debe perseverar en la reforma interna, sanar sus propias heridas y contradecir con la práctica las acusaciones de incoherencia.
Desde la convocatoria del Concilio Vaticano II por parte de Juan XXIII hasta el pontificado de Francisco, la Iglesia católica ha recorrido un camino significativo en su relación con el mundo contemporáneo y, muy particularmente, en su compromiso con los pobres y marginados. Cada uno de los papas que han sucedido a Roncalli, con su propio estilo y énfasis, ha contribuido a profundizar en la doctrina social eclesial, subrayando la necesidad de traducir la fe en obras concretas de justicia, solidaridad y amor preferencial hacia los más vulnerables.
No obstante, este camino no está exento de tensiones, resistencias e incoherencias. La esperanza es que esa opción no se convierta en un simple eslogan, sino en un estilo de vida eclesial marcado por la sencillez, la misericordia y la justicia para cumplir con fidelidad su vocación de ser sacramento de salvación para toda la humanidad, testimoniando la Buena Nueva de Jesucristo, que se identificó con los hambrientos, los sedientos, los extranjeros, los enfermos y los encarcelados (Mt 25,31-46).
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