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José Pascual Burgués nos ofrece en uno de sus escritos esta reflexión, que puede ser muy oportuna para este mes de Calasanz.

La última comunión de San José de Calasanz de Goya. Según los ojos que contemplen este maravilloso cuadro, verán algo distinto:

  • El crítico artístico verá el equilibrio entre las masas de color, los contrastes entre claro y oscuro, la distribución de los volúmenes, la calidad de trazo de los pinceles de Goya…
  • El historiador verá que Goya se sirvió de una mascarilla de Calasanz para pintar el cuadro, que el pintor no le puso a Calasanz el roquete que seguramente llevaría, además de la estola, para comulgar; nos dirá que el P. Berro es el sacerdote que da la comunión, que el local representado no se parece mucho al oratorio en el que nuestro Santo Padre recibió aquella comunión, que la fecha era el 2 de agosto de 1648, que el autor sólo quiso cobrar una parte del precio acordado con los escolapios de Madrid que se lo encargaron…
  • Quien se acerque con ojos místicos verá la emoción y la espiritualidad de la escena: un hombre ya cercano a la muerte, rodeado de niños, con el rostro elevado mientras todos los demás miran hacia abajo, la luz que desciende de lo alto… Podrá decir que es el momento de la unión sublime de la criatura con su creador, en medio de todo lo que había dado sentido a su vida, y muchas cosas más.

Nos encontramos ante el mismo cuadro, que puede ser visto desde diferentes perspectivas o puntos de vista, ninguno de ellas más “verdadero” que los demás, y todos complementarios uno de otro.
Pero lo importante hoy puede ser preguntarnos, cada uno o en comunidad, ¿qué esa escena en mi (nuestra) vida?