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EL PAÍS viaja a los campamentos rohinyás en el sur de Bangladés, un limbo detenido en el tiempo entre chabolas y lodo donde más de un millón de personas tienen prohibido trabajar y los recortes de ayuda internacional han provocado el cierre de las pocas escuelas que alejan a niños y niñas de la amenaza de ser secuestrados y de la delincuencia.