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Hacer de diferente manera lo que uno hace habitualmente siempre es difícil. Si lo llevas haciendo 400 años, todavía más. En este empeño estamos los Escolapios de todo el Mundo, justo en estos días en que recordamos que el 6 de marzo de 1617, nuestro fundador, el aragonés José de Calasanz, inició esta apasionante aventura de procurar educación para todos, especialmente para los que más la necesitan.

Ciertamente, innovar en Educación es, si cabe, más necesario y más difícil que en ningún otro ámbito. Mientras que cualquier organización con vocación de ser útil, o simplemente generar beneficios, debe responder a alguna necesidad presente en la sociedad, quien se dedique hoy en día a la educación, debe capacitar a sus alumnas y alumnos para afrontar retos que ni ellos mismos, ni sus familias, ni los gobiernos, ni los propios educadores alcanzamos a imaginar. En las aulas de todo el Mundo está sentado el futuro de la Humanidad y de lo que aprendan, o no, en los años que dure su educación, dependerá en parte cómo será ese futuro.

El objetivo de la educación en las escuelas y colegios, más allá del aprendizaje de los conceptos básicos imprescindibles para seguir aprendiendo, que cada vez son menos y más rápidamente se quedan obsoletos, se ha empezado a centrar en el desarrollo de las competencias clave, necesarias para el aprendizaje a lo largo de toda la vida.

Este cambio de enfoque del currículo en la educación formal, está obligando a una profunda transformación en las metodologías que se utilizan en el aula. No se puede enseñar igual unos conceptos o procedimientos con el objetivo de una repetición mecánica posterior que, por ejemplo, la competencia requerida para el liderazgo del trabajo en equipo o para el ejercicio solidario de la ciudadanía. El ser conscientes de cómo pensamos y usar técnicas para hacerlo de forma crítica, el conectar diferentes áreas de conocimiento a través de proyectos interdisciplinares, el aprender en equipo simulando problemas reales, el aprendizaje a través del juego, son modos que se van generalizando en nuestras aulas, en detrimento de las metodologías más tradicionales dirigidas más a ejercitar individualmente la memoria de corto plazo.

Del mismo modo, el rol del profesor, cuyo mayor empeño era transmitir una parte de sus vastos conocimientos conceptuales a quienes se les presuponía carentes de ellos, ha pasado a ser el de un propiciador de experiencias de aprendizaje, mediador de conflictos cognitivos, y también sociales, curador de contenidos apropiados para cada momento evolutivo, acompañante autorizado en el complejo mundo afectivo y emocional de niñas, niños, adolescentes y jóvenes, y colaborador cercano a las familias.

Hasta la misma fisonomía de las aulas, hasta hace poco tiempo configuradas en filas de pupitres, focalizadas hacia la única fuente autorizada de conocimiento que eran el profesor y su particular memoria de volcado temporal, la pizarra, han cambiado radicalmente. Nuestras alumnas y alumnos han dejado de ver las espaldas de sus compañeros, para sentarse cara a cara, o en pequeños grupos, dejando claro que el objetivo fundamental de su paso por las aulas no es la memorización de unos contenidos, que están y estarán siempre disponibles y actualizados en cualquier de los dispositivos móviles que llevan, sino la de aprender a quererse a sí mismos, a ser personas, a convivir, también con los diferentes, a ser solidarios, a trabajar juntos, a expresar con delicadeza sus ideas y sentimientos, a mejorar la sociedad en la que viven, a acercarse a la naturaleza con curiosidad y respeto, a soñar su futuro y a aprender cómo, poco a poco, hacerlo realidad. Esas aulas, durante muchos años, dominio exclusivo del profesor, son hoy ya, en muchos de nuestros centros, espacios más abiertos, transparentes y diáfanos, con mobiliario adaptable a las diversas situaciones de aprendizaje, individual y grupal, que, en muchas ocasiones, se desbordan para ocupar pasillos, o para compartir proyectos con alumnos al otro lado del Mundo, o salir al encuentro de un entorno que es siempre fuente de aprendizaje.

En esta necesaria y educativa vinculación con su entorno, los centros educativos que van asumiendo estos planteamientos más integrales, además, van descubriendo sus potencialidades más allá del estrecho papel que, a veces, quiere adjudicarles el Mercado, empeñado últimamente en que se contraiga el tiempo de influencia de la Escuela, seguramente para poder ofertar sus productos en tan atractivo nicho de negocio.

El antropólogo francés Marc Augé ya nos alertaba hace unos años de que todos los espacios públicos pensados por las sociedades modernas para llegar de forma generalizada y equitativa a los ciudadanos, corrían el peligro de convertirse en No-Lugares, en espacios donde, anónimamente, accedemos a los servicios a los que tenemos derecho, pero sin habitarlos realmente, sin establecer relaciones verdaderamente humanas, sin interferir vitalmente en nuestras identidades personales.

Las redes educativas con vocación “humanizadora”, sin embargo, más allá de ser meras instancias oficiales expendedoras de certificaciones académicas, estamos llamadas a recrear verdaderos lugares de referencia para alumnas y alumnos, familias y sociedad, donde, además de ofrecer ayuda experta para una educación de los más pequeños, nos prestemos a ser espacios seguros para el ocio de todos, plazas públicas donde jugar, centros culturales donde desarrollar la creatividad, plataformas solidarias donde acoger a los que se van quedando a al margen, y en nuestro caso, anunciar esperanzados la Buena Noticia de que la Educación para todos,  400 años después, sigue cambiando el Mundo. (Alberto Cantero, escolapio laico, miembro de la Fraternidad de Emaús, miembro del Consejo de la Fraternidad General, Secretario provincial de los colegios de Emaús).