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La rutina tiene mala fama y casi siempre se le relaciona con el desinterés, el aburrimiento, el sinsentido… y, sin embargo, una rutina bien orientada y con dirección es una maravilla que nos permite avanzar mucho casi sin esfuerzo.

La clave, que acabamos de apuntar, es que esa rutina esté bien dirigida a los objetivos que realmente pretendemos. Por ejemplo, si quiere acercarme más a Jesús, el marcar un tiempo fijo de oración personal, de lectura de la Palabra o de algún libro de espiritualidad, resulta sumamente efectivo. O estudiar sistemáticamente si quiero llegar a conocer algo.

Orientemos bien nuestro día a día al inicio del año, o de cada semana, y la rutina nos llevará muy lejos.