La fundación de la presencia escolapia en el Perú se debe, en gran parte, a la misión compartida, a los laicos y laicas que han dejado uno, dos y hasta siete años de vida, de entrega admirable y de ilusión calasancia. Y hoy quiero detenerme en una de esas laicas, con la que significar, a modo de paradigma, al resto de laicos que han pasado en estos 8 años de presencia escolapia en el Perú: Nancy.
Esta pequeña mujer que se atrevió a vivir con dos ‘bravos’ religiosos (a los taurinos les diría que un par de miuras) y que supo compaginar la dulzura con la discreción, el servicio con el trabajo, la espiritualidad con la tenacidad, la fraternidad con la conciliación… En ningún momento vaciló, se echó atrás o sintió que las condiciones adversas superaran a la llamada. Se vivió como escolapia y supo manejar su laicidad viviendo en una casa religiosa. Nunca se vivió como religiosa (pues no lo es) y quizá esto fue su arma más poderosa para seguir adelante siempre: ser quien era y no perder nunca su realidad o disolverse para confundirse en lo que no era. Y esta manera de ser y estar nos ayudó a los religiosos a vivirnos como tales.
A lo largo de estos 7 años de entrega y servicio dejando su colegio, su familia, su país y a toda su gente, ha sabido vivir con escrupulosa conciencia su ser ‘misionera’. Vivir en una casa religiosa, asumiendo el horario, la vida de oración y celebración, las relaciones con nuevos religiosos y laicos que iban pasando por la comunidad acogiendo modos y maneras diferentes, con un ritmo de trabajo muy exigente de la mañana hasta la noche, y no sucumbir en el intento, no solo es mérito personal sino una sutil obediencia cordial a lo que el Espíritu le insinuaba, porque Nancy, y en esto ha sido un ejemplo para todos nosotros, es una mujer que se deja conducir por quien está segura que la sabe llevar. Esa docilidad, unida a una capacidad admirable para adaptarse a las circunstancias y a las personas, han hecho de ella una ‘verdadera fundadora’. Y me gustaría dejar bien claro y decir bien alto, que la fundación de la presencia de Perú también tiene nombre femenino: Nancy, y con ella, las laicas y laico que junto a los religiosos han hecho posible esta tierna plantita de Escuela Pía que comienza a engrosar el tronco, sacar nuevas ramas, y ya atisba alguna que otra flor que anuncia frutos venideros.
Gracias Nancy, por ese saber ser y estar con los que has ayudado a sembrar y hacer crecer el carisma de san José de Calasanz en esta hermosa y para ti, muy querida tierra andina del Perú.
Fuente de Carles Such
