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En una Europa que a menudo se da por perdida para la fe, hay focos de espiritualidad en el Continente que desmienten el relato del ocaso del cristianismo. La abadía de Heiligenkreuz, a solo 25 kilómetros de Viena, en Austria, es uno de ellos.

Nada en su apariencia invita a pensar que ahí dentro viven más de 100 monjes; aunque uno podría esperar cierto bullicio en un espacio así, lo que prevalecen son el orden, el silencio y la oración, que sostienen toda la comunidad: rezan siete veces al día, comenzando a las 5:15 de la madrugada y terminando cerca de las 20 horas. Quizás es por eso que está más vivo que nunca.

De hecho, Heiligenkreuz (Monasterio de Nuestra Señora de la Santa Cruz) alberga hoy el mayor número de vocaciones desde su fundación en 1133. Es el monasterio cisterciense habitado de forma continua más antiguo del mundo, y ha logrado lo que pocos centros religiosos en Europa: crecer.

Pero Heiligenkreuz no se limita a la formación o a la oración: su vitalidad actual se explica, en parte, porque ha sabido resistir con inteligencia y fidelidad los embates históricos que, en otros casos, sí han dejado a muchas comunidades monásticas en el camino.

Entre 1780 y 1790, en tiempos del emperador José II, la abadía de Heiligenkreuz enfrentó una de sus mayores amenazas. En ese período, se impulsaron políticas de corte ilustrado que buscaban racionalizar y, en muchos casos, suprimir la vida religiosa. La intervención del Estado en los asuntos eclesiásticos puso en jaque el espíritu y la continuidad de la comunidad.

Pero los monjes no se limitaron a resistir. Como respuesta, fundaron un instituto teológico propio para asegurar la formación de las órdenes. Ese núcleo de resistencia espiritual e intelectual es lo que posteriormente Ratzinger reconocería como universidad pontificia.

Tampoco la abadía salió indemne de las garras del nazismo. Entre 1938 y 1945, gran parte del convento fue expropiado por el régimen, y muchos monjes fueron encarcelados. Pero tras la guerra, bajo el impulso del abad Karl Braunsdorfer, la comunidad renació con fuerza. Se restauró el carisma fundacional, se incorporaron las reformas litúrgicas del Concilio Vaticano II, y se desarrolló un breviario propio en latín que aún hoy se utiliza. La liturgia, celebrada con sobriedad y belleza, sigue siendo uno de los pilares de esta comunidad.

El monasterio se ha convertido también en el principal motor de pastoral juvenil del país. Una vez al mes, entre 150 y 250 jóvenes se reúnen allí para rezar, confesarse y adorar al Santísimo Sacramento. Solo jóvenes, sin adultos, salvo permiso especial. Una especie de catequesis vivida, que arranca con himnos en latín y termina con pretzels y zumo de manzana.

Además, la abadía ofrece una variedad de actividades que van desde «Monasterio por un Tiempo» (Kloster auf Zeit), una experiencia vocacional temporal, hasta celebraciones alternativas de Nochevieja, liturgias especiales para Semana Santa y Pascua, adoración eucarística, rezos del rosario, acompañamiento en peregrinaciones o semanas espirituales con actividades deportivas.

Heiligenkreuz mantiene viva su vocación fundamental: la adoración constante a Dios, que sostiene toda su labor espiritual y, por ende, la atracción de su imán vocacional. En una era de crisis de fe en la sociedad, su fidelidad a la tradición cristiana y capacidad de adaptación lo convierten en un referente para nuevas vocaciones y miles de visitantes que buscan silencio, dirección espiritual o un espacio donde reencontrarse con Dios.

Fuente: https://lc.cx/yXMsYC